Si algo debería movilizarnos es ese llamado a ser hombres y mujeres empeñados en encender al menos una vela para debilitar la penumbra que porfía, y reconocernos Cuando la oscuridad se instala, cuando metida en la piel de las horas que corren se vuelve cosa de todos los días, es difícil alzar la vista para ver más allá del presente. Equivale a estar perdidos en un bucle de tiempo, un instante que nunca pasa, que aprisiona. Es retornar al martirizado Tántalo, cuya eternidad se ha atorado en un hambre sin certezas ni cura, en el anhelo del fruto que ve, pero que ni siquiera logra tocar. ¿Cómo, dónde se consumó el extravío? Para el desesperado eso cada vez importa menos. El futuro, incluso el pasado remiten a una noción exótica y distante, algo que pierde significación en virtud del nudo, el aquí y ahora triturando cualquier expectativa. El entorno hostil, fuente de insatisfacción endémica para el venezolano, se volvió una tarasca que todo lo arropa, y que en la medi