Daniel Bernabé /// Líneas inquebrantables: cómo la prensa española frivolizó a los nazis
En España, este pasado fin de semana, la atención estuvo centrada en Linares, una ciudad andaluza donde un par de policías fuera de servicio dieron una paliza a un vecino tras una discusión en un bar: al hecho le sucedieron protestas causadas por la brutalidad de las imágenes. Por otro lado se seguía con atención el proceso de detención de un rapero, Pablo Hasél, condenado por la Audiencia Nacional por injurias a la corona, altas instituciones del Estado y enaltecimiento del terrorismo. Mientras todo esto sucedía, el sábado 13 de febrero en el cementerio de la Almudena de Madrid, tenía lugar una concentración: alrededor de 300 nazis homenajeaban a la División Azul, un cuerpo del ejército franquista que luchó junto al III Reich contra la Unión Soviética.
Allí estaba también la agencia de noticias Ruptly, que consiguió las imágenes de la inquietante reunión, donde los asistentes portaban banderas españolas con consignas anticomunistas, proferían cánticos a favor de la dictadura y realizaban el saludo nazi. Este lunes 15 de febrero la revista La Marea realizaba un reportaje a partir del vídeo donde se recogían las palabras de una de las intervinientes en el acto, una mujer joven, ataviada a la manera del partido fascista español, que declaraba que "Es nuestra suprema obligación luchar por España, luchar por Europa, ahora débil y liquidada por el enemigo. El enemigo siempre va a ser el mismo, aunque con distintas máscaras: el judío […] El judío es el culpable y la División Azul luchó por ello".
Por fortuna, la reacción general en la opinión pública ha sido de rechazo, incredulidad y estupor. Aunque la presencia pública de la extrema derecha se ha incrementado desde la irrupción del partido Vox en 2018, que en estos momentos es el tercero en presencia en el Parlamento, el acto fue tan descaradamente nazi que fue difícil permanecer indiferente. Tampoco pasó desapercibido el detalle de la juventud y teatralidad con la que la oradora arengaba a una audiencia donde predominaba el aspecto paramilitar: una extraña mezcla donde la gestualidad hitleriana parecía asimilarse a la expresividad de los vídeos de Tik Tok. Como detalle que se ha conocido en estos días, entre lo chusco y lo paradójico, es que los apellidos de la joven nazi tienen procedencia árabe y judía, algo bastante habitual en España.
Las asociaciones judías españolas han condenado la concentración y han pedido a las autoridades que actúen. El suceso ha saltado a la prensa internacional, con un especial seguimiento en los periódicos israelíes, como el Jerusalem Post, que se hacía ayer miércoles eco de la noticia. Las embajadas de Alemania, Israel y Rusia en España han mostrado públicamente su rechazo al acto de exaltación fascista del pasado sábado. Y todo esto es algo tanto a reseñar como a celebrar por cualquier persona decente, por cualquier ciudadano que tenga aún memoria de la barbarie del pasado siglo, por cualquiera que conozca, que aún recuerde, que la Europa de posguerra se fundó sobre la máxima de que la primera condición para ser demócrata era ser antifascista.
A partir de aquí podríamos extendernos en este artículo en las razones del crecimiento de la extrema derecha, a nivel internacional y español, si no fuera porque la indignación y la polémica no se han extinguido en el propio acto filofascista del pasado sábado. Varios medios de comunicación, situados en el espectro de la derecha liberal, como El Mundo, El Español o 20M, han entrevistado a la joven nazi en un ejercicio periodístico entre el sensacionalismo, la banalización y la irresponsabilidad. La justificación dada ha sido el interés periodístico de la historia, algo que más que excusa suena a coartada, entre otras cosas porque aún con el distanciamiento y la pretendida extrañeza ante el discurso de odio, en ninguna se confrontaba a la entrevistada más allá de lo que se haría con un adolescente confuso que dice imbecilidades.
Que los neonazis eligieran a una mujer joven como portavoz tenía un carácter premeditado. La revista La Marea, que dio a conocer en España el suceso, a pesar de saber el nombre y apellidos de la protagonista no le dio mayor relevancia. Que periódicos muchos más grandes, de una notable audiencia, con una línea declaradamente liberal derechista, se centren en el personaje puede ser entendido en el mejor de los casos como una irresponsabilidad en busca de audiencia. En el peor como una maniobra de blanqueamiento repetida en multitud de ocasiones con los ultraderechistas de Vox, a los que no sólo se les ha tratado con guante de seda sino a los que se les ha comprado su agenda política elevando a la categoría de problema nacional asuntos que carecían objetivamente de la relevancia para serlo.
El caso más paradigmático ha sido el de el periódico El Español, que ha titulado "la joven antisemita del homenaje a la División Azul: Soy fascista y socialista". En una pirueta ideológica miserable se ha tratado de cargar el peso de la ideología que profesaba la entrevistada justo en el lado opuesto a la realidad. Algo que por otro lado la derecha política española ha intentado en más ocasiones e incluso el Parlamento Europeo, que equiparó en una resolución de 2019 al fascismo y al comunismo. La realidad, además de una afrenta histórica, tiene connotaciones presentes. En la actualidad española el objetivo era exonerar a los ultraderechistas de Vox de su cercanía ideológica con el acto del sábado, a pesar de que la organización lo ha calificado como "legitimo". Mostrar tan a las claras las raíces ideológicas resulta en ocasiones como esta demasiado sonrojante.
La ola fascista y nazi que azotó Europa hace ahora casi cien años no tenía nada de socialista, a pesar de los intentos revisionistas por adulterar lo sucedido. El fascismo, triunfante en Alemania, Italia y España, tras una cruenta guerra civil, no fue más que la reacción extrema de la burguesía para frenar el auge del movimiento obrero. El 20 de febrero de 1933, Adolf Hitler se reunió de forma secreta con 27 grandes empresarios alemanes en la residencia de Hermann Göring para acordar la financiación de la campaña para las elecciones de marzo. En España el golpe de Estado contra la Segunda República estuvo financiado por banqueros como Juan March. Un ídolo liberal como Wiston Churchill aseguró en su visita a Roma de 1927 que "Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado de todo corazón contigo [refiriéndose a Mussolini] de principio a fin en tu lucha triunfal contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo".
El fascismo en todas sus expresiones fue tolerado, financiado y blanqueado por la gran burguesía, los políticos liberales y la prensa de la época, como la gran cura contra el movimiento obrero organizado que luchaba en toda Europa por sus derechos. Precisamente la potencia del socialismo en la época fue la que obligó a los fascistas a adoptar una coartada obrerista y a los nazis a estampar la cruz gamada sobre un fondo rojo. La revolución parecía inminente en toda Europa y la mejor forma de pararla que pergeñaron los ricos fue crear una "tercera posición" que adoptara una estética rebelde pero que tuviera unos principios frontales contra el socialismo, al que calificaban de ideología semita que dividía a la nación. Que algunos reputados columnistas españoles como Cristian Campos pretendan asimilar los sucesos de este pasado sábado a la izquierda, sólo responde al intento de exculpar a los ultraderechistas de Vox: la historia la conocen de sobra, por eso se comportan como lo hicieron sus antepasados periodísticos hace un siglo.
En "Hitler at home", libro escrito por Despina Stratigakos, profesora de la Universidad de Buffalo, Estados Unidos, se hace un repaso a cómo "en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, los medios de comunicación, desde revistas locales hasta el New York Times, publicaron perfiles del líder nazi que lo retrataba como un caballero rural: un hombre. que comía vegetariano, jugaba a la pelota con sus perros y daba paseos después de comer fuera de su finca en la montaña". En España a la ultraderecha se le ha tratado con guante de seda, invitando a sus líderes a programas de entrenamiento de gran audiencia, como el dirigido por Pablo Motos, o dando a sus agitadores espacio en otros situados en el epígrafe del misterio, como el perpetrado por Iker Jiménez, con la excusa de dar voz a lo políticamente incorrecto. La mirada humana al servicio de gente que no temblaría al dar la orden de meter a media humanidad en la cámara de gas.
Stratigakos resume el mecanismo que hemos visto en España en estos últimos días de la siguiente manera: "Fue peligroso porque lo hizo agradable. Después de leer estas historias, la gente sentía que conocía al 'verdadero' Hitler, el hombre privado detrás de la máscara del Führer, y que tal vez esta persona no era tan mala como parecían sugerir todas las noticias provenientes de Europa". En nuestra época, como en la pasada, el objetivo es reconducir el descontento de una década de crisis y recortes fuera de los límites que la izquierda puede asumir. Hoy, como entonces, se prefiere dar pábulo en los medios al fascismo que a los críticos surgidos de la Gran Recesión de 2008, unos que a lo sumo llegan a proponer programas socialdemócratas mucho menos profundos que los aplicados en Europa en la década de los años 50.
En España, siendo este un fenómeno común internacionalmente, los medios han cargado de una forma mucho más dura contra la nueva izquierda surgida en la década pasada como respuesta a la crisis y los recortes del Estado del bienestar, que contra los líderes ultraderechistas. Seguramente, en una conversación sin grabadora, los directores de esos medios, o los grandes empresarios que los financian, desconfíen del aventurerismo de una extrema derecha por cómo acabó la experiencia de hace cien años. Pero aún así la privilegian sobre la izquierda más pendientes de su cartera que de nuestra democracia. Hoy ni siquiera sobrevuela sobre nosotros una revolución, la sociedad neoliberal está tan derechizada que percibe como una amenaza una subida de impuestos. Hoy, como ayer, confían en meter a la bestia en la jaula cuando haya realizado su cometido: destruir a la izquierda política, los sindicatos y los movimientos sociales. Hoy, como ayer, la mezquindad liberal será devorada por la ultraderecha.
En estos últimos meses, en España, han sucedido acontecimientos que nos señalan que la concentración nazi de este pasado fin de semana solamente ha sido un episodio más, incómodo por demasiado obvio, del camino al precipicio que la parte conservadora del país ha tomado para acabar con el resultado legítimo y democrático de las últimas elecciones. Uno que volvió a llevar a la izquierda más allá del PSOE el Ejecutivo, hecho que no ocurría desde hace más de ochenta años. Un cambio que, además, tampoco parece poder alterar en lo económico el orden neoliberal que la Unión Europea marca a sus países miembros, pero que de resultar medianamente positivo, podría mostrar a millones de personas que la política puede valer para algo.
En estos últimos meses, en España, hemos visto movimientos espectrales en la oscuridad en la judicatura, el poder económico y los militares. En estos últimos meses, los grandes grupos empresariales, que controlan el 80 % del espectro mediático, se han empleado a fondo no sólo para romper el Gobierno de coalición progresista, sino para dar un espacio a la ultraderecha tan irresponsable como peligroso. Nadie discute la libertad de prensa. Nadie, medianamente adulto, espera que los grandes medios de comunicación sean amables con esa parte del Gobierno que consideran más a la izquierda de lo sistémicamente permitido. Pero todos, incluidos los ciudadanos que sean conservadores, deberían indignarse por el trato preferencial, incluso amable, que los medios vinculados a la derecha española están brindando a la ultraderecha. España sufrió lo indecible para levantar su democracia, algunos la están poniendo en peligro por unas ligeras subidas de impuestos o de salarios. O cuando el egoísmo más pueril se vuelve suicida.
Pablo Iglesias, el actual vicepresidente del Gobierno, es uno de esos políticos que surgieron como producto directo de la indignación popular ante la manera injusta y miserable que se dictó desde la UE como salida a la anterior crisis. En su breve trayecto es posible que haya cometido muchos errores: la enorme lupa que le persigue no le ha pasado por alto ninguno. Nadie esperaba otra cosa para alguien que se enfrentó a la arquitectura institucional-económica de su país. Sí, al menos, dentro de los límites que marca una democracia, se debería esperar que una conjura mediática-policial no hubiera creado una campaña de difamación contra él y su partido. Sobre todo cuando al líder de la ultraderecha, Santiago Abascal, se le han tributado portadas y reportajes de esos que la profesora Stratigakos calificaba de "mirada humana" para asimilar como razonable al fascismo. Es absolutamente razonable que los ciudadanos conservadores piensen que Iglesias tenga unos presupuestos políticos erróneos. Es absolutamente suicida que esos ciudadanos conservadores vean a la ultraderecha como un mal necesario. Las ruinas de la Europa de 1945 les señalan.
Según se escribe este artículo se suceden cargas policiales en Madrid contra los jóvenes que han salido a protestar por el encarcelamiento del rapero Pablo Hásel, unos porrazos que destacan en comparación a la tolerancia con la concentración nazi. José Luís Concepción, un destacado juez del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, manifestó en una entrevista esta semana que la democracia estaba en peligro porque el Gobierno estuviera compuesto por comunistas. A lo largo de 2020 se sucedieron distintos pronunciamientos firmados por mandos militares retirados –de estar en activo hubiera sido delito– en los que se cuestionaba abiertamente el resultado de las últimas elecciones. La revista La Marea, con la que abríamos este artículo, mostró a la opinión pública como militares en activo animaban sus celebraciones con las mismas canciones que han sido coreadas por los nazis este último fin de semana.
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